domingo, 6 de enero de 2013

Mi mejor recuerdo del día de Reyes.

Hoy día de SS.MM. los RR.MM. de Oriente, he recordado mis mejores Reyes. Bueno, la verdad es que todos los años, el día de Reyes era muy especial en mi casa. Quizá el ser seis hermanos provocaba una retroalimentación de nerviosismo e ilusión que provocaba que no nos durmiéramos hasta entrada la noche, y durmiéramos muy muy poco esa noche.

Los Reyes Magos de chocolate... Mmm...

Además, todo se vestía de un tradicional ritual que hacía que la magia se viviese desde el día anterior: zapatos lustrosos bien colocados, bandeja de turrón y dulces para los Reyes (y la botella de coñac que aparecía medio vacía a la mañana siguiente), algo de agua para los camellos...

Yo ese año había pedido a los RR.MM. una guitarra eléctrica, lo había hecho sabiendo que era un deseo más que una realidad. No porque no me hubiera portado bien (que me había portado como todos los años: bien tirando a mal), sino porque sabía que iba a ser un gran esfuerzo para sus Majestades. Y es que traer una guitarra eléctrica desde Oriente es complicado (creo que hay un montón de aduanas que pasar).

Nos levantamos esa noche (ya que aún no había amanecido), mis hermanos y yo (quedábamos el día anterior en que el primero que se despertara avisara a los demás) y avanzamos a oscuras por la habitación donde solían dejarnos los regalos. Sólo se veían sombras, yo me acerqué al lugar reservado para mí, y a tientas descubrí la guitarra metida en una funda. El corazón se me salió del pecho y prometí allí mismo jamás volver a dudar de SS.MM. los RR.MM. de Oriente, y portarme muy bien ese año.

Y es que aunque pensemos que los deseos son imposibles, simplemente son poco probables.

Feliz 2013 a todos!! Que vuestros deseos se hagan realidad este año!!

Saludos,
Raúl.
P.D: Por supuesto siempre estaba entre los regalos el famoso Rey Mago de chocolate. Cada uno el suyo. Mi Rey era Baltasar.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Las excepciones que se convierten en exigencias por los demás.

Recuerdo que en mi primer trabajo por cuenta ajena, mi jefe acostumbró a llamarme por teléfono al despacho todos los días a las 15:15. He de reconocer que algo de culpa de tan extraño hábito tuve yo.

Coincidió el desarrollo de su costumbre con una etapa de mucho trabajo para mí, por lo que me quedaba a comer en el despacho. Así que cada vez que me llamaba a las 15:15, yo estaba comiéndome uno de esos deliciosos sandwiches de máquina (lo de delicioso, como se puede presuponer es un decir), y cogía el teléfono. Si no me hubiera quedado a comer, nunca le hubiera cogido el teléfono a las 15:15.



Pero lo curioso sucedió cuando después de varias protestas estomacales producidas por los "deliciosos" sandwiches y los "estupendos" cafés de máquina, decidí un día irme a mi casa a comer. Al volver al despacho en el horario de tarde (que empezaba a las 16:00), mi jefe me llamó contrariado. La razón de su molestia era que me había llamado a las 15:15 y no estaba en el despacho. A lo que respondí que me había ido a comer a casa.

Moraleja: lo que para nosotros pueden ser excepciones en nuestra forma de actuar, si persistimos lo suficiente, lo que para nosotros seguirá siendo una excepción para otros será "normal". Y pasará a ser exigido como la manera adecuada de actuar.

Saludos,
Raúl.

domingo, 4 de noviembre de 2012

La primera vez que me robaron.

Rondaba yo los 13 años cuando me robaron por primera vez. Recuerdo que eran alrededor de las 8 de la tarde, era de noche ya que estábamos en pleno invierno, y salía del entrenamiento de balonmano que tenía después de las clases de la tarde.

Cruzando un jardín cercano a mi casa, me pararon tres chicos bastante más mayores que yo.
– ¿Qué llevas en la bolsa? –me preguntaron.
Les contesté que llevaba la ropa (ya que llevaba puesta la ropa de deporte), los zapatos, los libros de clase...
– Dánoslo todo –me dijeron. Traté de negarme, pero uno de ellos me agarró la bolsa y tiraba de ella, al final tras algunos forcejeos se la entregué.
– Y ahora danos también las zapatillas de deporte que llevas puestas.
Me quejé, pero como anteriormente no sirvió de nada, también se las di.

Ellos cogieron todo y desaparecieron en la oscuridad. Yo me quedé en un banco del parque, a oscuras, descalzo, llorando... No sabía qué hacer, no quería presentarme en casa así.

Al cabo de un varios minutos, no sé cuántos exactamente pero a mí me parecieron una eternidad, los chicos volvieron.
– ¿Qué haces aquí llorando? –me preguntó uno de ellos.
– Me habéis quitado todo y no me puedo ir así a casa...
– Toma –me dijo alargando el brazo y mostrándome la bolsa de deporte. Me devolvieron todo lo que me habían quitado y se fueron.

Yo me sequé las lágrimas, me puse los playeros, me eché la bolsa a la espalda y me fui a casa.



Hace unos días recordé esta situación por casualidad, y me decidí a escribirla. Me costó un gran esfuerzo, ya que es una situación dura, y revivirla no me resultó agradable, sinceramente. Pero además, cuando llegué a la parte donde suelo escribir lo que aprendo de cada anécdota que cuento... me quedé en blanco. Y me propuse como reto personal sacar algo bueno de esta situación, y hoy ya puedo terminar este post.

Pues bien, aunque fue una situación dura, creo que aprendí dos cosas:

  1. En el mundo hay personas malas. La mayoría de personas que conozco son "personas humanas", como me gusta llamarlas a pesar de que les extrañe, pero también existen "personas inhumanas", es evidente.
  2. La vida te puede cambiar de manera inesperada en un segundo. Y aunque el robo de una bolsa de deporte y unas zapatillas, puesto en perspectiva, no tengan mucha relevancia, me hacen pensar en las veces que sin esperarlo puede ocurrirte algo que te cambie la vida totalmente, tanto para bien como para mal. La conclusión es la misma: aprovéchala de manera coherente con tus valores, creencias e ideales.
Es cierto que en ocasiones resulta difícil sacar cosas positivas de situaciones desagradables y negativas, pero estoy convencido de que aprendemos de absolutamente todo lo que nos pasa en la vida, también de lo malo.

Saludos,
Raúl.

domingo, 28 de octubre de 2012

Gracias porque puedo dormir de lado.

Los seres humanos no aprendemos. Sólo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos. Así es y así será siempre. Y es que hay tantas cosas que tenemos ahora y que no valoramos, simplemente porque estamos habituados a ellas...

Hace 2 años me lesioné jugando al baloncesto.
  • Diagnóstico: esguince de tercer grado en el tobillo derecho.
  • Consecuencias: muchas más de las que fui consciente en un primer momento.
Estuve escayolado tres semanas, y no pude hacer vida "normal" hasta después de 1 mes. No podía conducir, no podía andar, no podía dormir "a pierna suelta", no podía trabajar, no podía hacer deporte, no podía rascarme la pierna, no podía...

Mi pobre tobillo escayolado.

Cosas que antes podía hacer y no las daba ninguna importancia, ahora no las podía hacer. Y envidiaba a todas aquellas personas que eran capaces de rascarse la pierna. Y es que es cierto que sólo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos. Y cómo duele perderlas cuando estás acostumbrado a ellas.

Así que ahora, doy gracias simplemente porque puedo dormir de lado, un placer del que estuve privado un mes y no valoré lo suficiente antes de lesionarme.

Saludos,
Raúl.

domingo, 21 de octubre de 2012

El lenguaje no verbal y el rostro.

Dicen que la cara es el espejo del alma. Es posible. Lo que es seguro es que en el rostro tenemos el mayor número de músculos por decímetro cuadrado de todo el cuerpo. Esto nos permite adoptar un sinfín de muecas y caras que transmiten diferentes emociones al resto de las personas.

Hace un par de semanas, estando alojado por cuestiones de trabajo en un hotel, me surgieron dos pequeños problemas:

  1.  La conexión wifi en la habitación no era buena, y era incapaz de configurar la conexión por ethernet.
  2. Tenía que salir a la mañana siguiente a las 6:30 de la mañana del hotel y los desayunos los servían a partir de las 7:00. Y un café sí me quería tomar.
Pues bien, me acerqué a la recepción y le dije a la señorita que estaba en esos momentos allí:
– Hola, tengo dos pequeños problemas...

Normalmente, ese comentario suele ser respondido con un gesto absolutamente inexpresivo y con la frase: "Dígame qué le ocurre", o "En qué puedo ayudarle", o algo parecido.

Pero cuando hice el comentario delante de la recepcionista, su rostro fue una cascada de expresividad emocional que trataré aquí de forma resumida:

  • Primero sus cejas se levantaron y su boca se abrió, transmitiendo gran sorpresa por lo que le estaba diciendo. Como diciendo: "no puede ser que un cliente de este hotel tenga problemas".
  • Después, sus cejas se arquearon, y las comisuras de sus labios tendieron levemente hacia abajo, con un gesto de tristeza casi imperceptible. Como diciendo: "pobrecito, lo estará pasando mal..."
  • Casi seguidamente, su cabeza se irguió, apretó la boca, y frunció el ceño con la absoluta disposición de atenderme en mis problemas y solucionármelos. Como diciendo: "aquí estoy yo y mi determinación para solventar cualquier situación que esté sufriendo".
  • Por último, se acercó al mostrador con los ojos muy abiertos y la boca cerrada, mostrando una atención absoluta a lo que tuviera que decir. Como diciendo: "dígame, estoy dispuesta a escuchar con atención todo lo que tenga que decir".

Todo esto ocurrió en más o menos medio segundo, y no fue algo premeditado, sino que surgió espontáneamente en el rostro de la chica. A mí me hizo sonreír, me encantan las personas que son espontáneas, mucho más que las milimétricamente frías y calculadoras.

Después de ese medio segundo estaba convencido de que resolvería mis dos pequeños problemas, aunque todavía no hubiera dicho ni una sola palabra. Es lo que tiene el lenguaje no verbal...

Saludos,
Raúl.

Un año.

Ayer se cumplió un año desde que empecé este blog. Y lo considero un éxito. Sí, efectivamente, no he escrito todo lo que me hubiera gustado, pero sigue aquí, y sigo escribiendo en él.

Sin prisa, pero sin pausa.

Espero poder escribir un post titulado "Dos años" dentro de 12 meses. Se me vienen encima varios proyectos que tengo que sacar adelante sí o sí. Pero espero todos los meses, sacar unos minutos para escribir una anécdota nueva que no quiero olvidar.

Gracias a todos los que me habéis leído hasta ahora, y sobre todo, a los que habéis comentado.

Saludos,
Raúl.


domingo, 30 de septiembre de 2012

Una gran lección sobre motivación.

Mi padre tenía un perro. Se llamaba Picasso. Era un pastor alemán. Picasso nos enseñó una gran lección sobre motivación, que explico a continuación:

Más o menos un mes después de "adoptar" a Picasso, mi padre al ver que el perro no le hacía ni caso cuando le daba órdenes, fue a pedir consejo al pastor del pueblo. El pastor le aconsejó: "Hazte con una vara de avellano de medio brazo de largo, y cada vez que no te haga caso, le das con ella".

Mi padre, no muy convencido, empezó a utilizar el "método del pastor" con Picasso. Y le resultó. Al cabo de no muchos días, Picasso le obedecía. Le decía: "ven", y Picasso iba. Le decía: "vete", y Picasso se marchaba.
Picasso
Picasso
Un día estando en casa de mi padre, le pregunté qué tal iba la educación de Picasso, y mi padre me confesó que había dejado de utilizar el "método del pastor". Al preguntarle porqué, mi padre me contestó: "Me obedecía porque me tenía miedo".

La motivación negativa (el comportamiento causado por tratar de evitar castigos o amenazas), es eficaz, pero tiene lamentables consecuencias, que inciden directamente en las emociones que se generan en aquellos que la sufren. Esas emociones negativas varían en cada persona, y abarcan desde la depresión, pasando por la angustia, hasta el odio y el rencor hacia la persona responsable de esos castigos o amenazas.

La motivación negativa es necesaria, pero tiene que estar equilibrada sabiamente con la motivación positiva (el comportamiento causado por la obtención de recompensas o premios). Y es tan tan difícil saber equilibrar ambas, que en numerosas ocasiones es preferible utilizar únicamente la motivación positiva.

Saludos,
Raúl.